Por Rafael Montiel, Columnista
Las ideas políticas son ideas filosóficas, teorías o
doctrinas de los partidos políticos. Cada corriente, movimiento o partido tiene
sus propias ideas filosóficas. Los ideólogos son los sabios o pensadores
precursores de la política que establecieron las doctrinas según el pensamiento y los objetivos trazados para
llegar al poder y ejercer el gobierno. En el concepto moderno y contemporáneo
el objetivo final es el bien común, la cultura, la investigación y el
desarrollo político económico y social.
Sin embargo, en la práctica no siempre se cumplen los
principios ni las ideas filosóficas, por problemas del hombre, por intereses
mezquinos personalistas y de los grupos, quienes quieren llevar aguas a su
molino y sacar ventajas a costa del pueblo.
De esta forma, en vez de implementar las ideas políticas,
venden espejismos, prometen cosas irrealizables, entusiasman a la gente; pero,
una vez llegado al poder dan las espaldas y los sectores populares siguen siempre con el mismo nivel de vida, sin
la posibilidad de alcanzar cierto grado de desarrollo.
Mas la gravedad no radica solo en el cumplimiento de las
ideas, sino en el desconocimiento de la filosofía, por la supina ignorancia de
los dirigentes, salvo excepciones que sí lograron alcanzar cierto grado de
ilustración con respecto a la doctrina de su partido.
También la idiosincrasia criolla, el caudillismo, la
prepotencia, el autoritarismo, la arrogancia de ciertos líderes que sin ser
políticos, son apenas simples mercaderes que solventan las campañas de los
dirigentes con el propósito de tener influencia una vez ganadas las elecciones.
Esta encrucijada le tiene al país arrastrada desde antaño y
persiste hasta ahora en pleno proceso de apertura democrática. El caudillismo
criollo mal entendido, que dejó sumidos a los pueblos, lamentablemente perdura
en esta era pos moderna y en pleno siglo XXI, porque el poder económico se impone
al poder político.
La política es una actividad noble de servicio y de búsqueda
constante del bienestar de la población. También la política se sustenta en la
libertad, en la justicia social, en el servicio, en la igualdad y en las
libertades públicas. De lo contrario no tendría razón de ser la actividad política
si no estuviese cimentada en los principios de la equidad del ejercicio pleno
de los derechos ciudadanos.
El filosofo Aristóteles (384-322 a. C) decía que el hombre
es un ser político que nace para llevar una vida social. “El hombre es un
animal político” (zoón politicón) decía el sabio griego, quien agregó en su enseñanza
que “vivir con los hombres en una sociedad es algo natural, que no nace de la
voluntad del hombre sino de la naturaleza misma”.
En una sociedad cada persona tiene derechos que nadie puede
violar, ni siquiera el Estado. El fin del Estado es el bien común, el bien de
todos y de cada uno de los ciudadanos. Estos pensamientos surgieron 300 años
antes de Cristo. Pero el hombre mezquino e interesado, necio y movido por las
ambiciones difícilmente podrá entender tan noble misión de la política.
Es más,
en la actualidad cualquiera se lanza a la arena política con tal de sacar
algunas ventajas y acomodarse en el estrato social.
Finalmente recordemos las virtudes éticas y políticas tanto
para Platón como para Aristóteles y son cuatro consideradas virtudes cardinales:
la prudencia, la fortaleza, la templanza y la justicia.
La prudencia para hablar y actuar en el momento justo y
oportuno, sin necesidad de alardes ni charlatanerías; la fortaleza para el
equilibrio y la capacidad de aguantar las presiones y los atropellos; la
templanza para dominar las pasiones y la justicia que es la virtud que regula
el comportamiento del hombre con sus semejantes.